Emprender un negocio, no es un trabajo; es un estilo de vida. Durante la vida de un proyecto, el emprendedor se ve enfrentado a realizar varios “saltos de fe”. El “salto de fe” refiere a todos aquellos momentos donde el emprendedor toma un cierto riesgo, por una hipótesis que en su fuero íntimo considera acertada, pero que no tiene pruebas certeras de ello. El primero de los “saltos de fe”, y tal vez el más emblemático, es aquel cuando lo deja todo, para dedicarse a llevar adelante su idea.
Sin embargo y, como he mencionado en pasados artículos, el emprendedor no es ningún timbero, ni ningún kamikaze; asume riesgos controlados. Espera lo mejor y trabaja para que así sea, pero está preparado para lo peor.
Cada emprendimiento es un mundo, si bien los desafíos que enfrentan suelen ser similares. En muchos casos, comenzar emprendiendo part-time puede reducir el riesgo, mientras se valida la idea y los supuestos detrás del modelo de negocios. Sin embargo, en determinado momento y una vez que ya sabe que hay cierta agua en la piscina, será necesario lanzarse de cabeza. A pesar de ello, nada garantiza el éxito, y el emprendedor deberá dar un “salto de fe”.
Dar el salto para dedicarse con cuerpo y alma al emprendimiento, es fundamental para que tenga verdaderas chances de éxito. Hace tiempo escribí un artículo denominado “intentos tibios”; cómo un emprendimiento muchas veces fracasa (o queda en estado vegetativo o de “muerto viviente”) por falta de DIETA (Dirección, Intensidad, Entusiasmo, orientación a la Tarea, Ambición).
En la montaña rusa de emprender, el primer “salto de fe” es un momento excitante, donde el vértigo, la adrenalina, y la emoción confluyen. Esa excitación inicial puede durar tanto, como la capacidad que tenga el emprendedor de sobrellevar y sobreponerse a los problemas o dificultades que surgirán los días siguientes.
Si tuviéramos que definir “fe”, dejando de lado lo religioso, sería una gran convicción interna de que algo puede lograrse, sin importar los costos, la energía, el tiempo, y el sacrificio, y sin tener mayores comprobaciones empíricas de que así será. Una mezcla de autoconfianza extrema, optimismo y determinación. La fe es fundamental para motivar al emprendedor a perseguir su sueño, y esa fe alimenta su sentimiento de confianza de que saldrá victorioso.
Recientemente he participado de entrevistas de selección para un determinado programa de pre-incubación, con la sorpresa de encontrar varios empleados públicos (de los trabajos tal vez más “seguros” o más “difíciles de perder”) que quieren dar el gran salto a emprender. La motivación pasa por el aburrimiento acumulado, las pocas ganas de levantarse e ir a trabajar para hacer todos los días una actividad poco reconfortante, y no sentirse autorrealizados.
Como decía Steve Jobs en su memorable discurso para los egresados de Stanford, «la vida es corta para vivir el sueño de otro». Si nuestro trabajo ocupa gran parte de nuestra jornada y, por lo tanto, de nuestra vida, hagamos algo que nos reconforte, y que cuando nos miremos al espejo antes de salir de casa, lo hagamos con una sonrisa, la mayoría de las veces.
Dar el gran salto, implica salir de la zona de confort; no ser un espectador, sino sentirse un protagonista. No ver cómo la vida pasa ante tus ojos, postergando tus sueños para algún día, cuando te jubiles. Vivir con el arrepentimiento de nunca haberlo intentado, es mucho más doloroso que eventualmente fracasar en el emprendimiento.
La mayoría de los emprendedores encuentran nuevos niveles de energía, foco y compromiso, en el momento que decide dejar su marca en este mundo. Aún si no hay garantía de éxito, la excitación de crear algo a su manera y bajo sus propios términos, es más que suficiente motivación para dar el “salto de fe”.
La fe lo mantiene en pié, cuando otros piensan tirar la toalla. En momentos desafiantes donde el dinero escasea, la fe le proporciona esa determinación y persistencia para superar todos los obstáculos. Seguramente haya ocasiones en donde todo parezca que el fin ha llegado; que el emprendedor deba darse por vencido y “bajar la cortina” de su negocio. Sin embargo, en su fuero más íntimo, siempre existe cierta esperanza de que si persiste lo suficiente, de alguna manera aparecerá una solución, un milagro, que harán que sobreviva y prospere.
Todos los emprendedores que conozco, tienen fe. Sin dudarlo, todos esperan comenzar un negocio y hacerlo crecer, con la convicción de que podrán lograrlo, aún sin haberlo hecho nunca antes. Esta fe, basada en una verdadera convicción interna, les proporciona una enorme confianza y energía para perseguir sus sueños. ¿Estás dispuesto a dar el salto de fe, pensando en hacer lo que nadie ha logrado antes?