Emprender un negocio, no es apto para cardíacos. Si eres afecto a las emociones fuertes y tu médico te recomendó llevar una vida tranquila sin sobresaltos, tal vez prefieras evaluar una actividad más “estable” y previsible como empleado en una empresa (si es pública, mejor aún).
Muchas veces, en nuestro afán de motivar a que más personas emprendan como opción de carrera y de vida, solemos mencionar los aspectos positivos de emprender un negocio, olvidándonos de contar la contracara.
Vivek Wadhwa, exemprendedor y consultor, advierte sobre la falsa ilusión de pensar que emprender es un paseo sereno en crucero, cuando se parece mucho más a un viaje en montaña rusa. Escuchamos los casos de éxito y vemos cómo en las películas, los años se transforman en minutos, dando la falsa ilusión de que alcanzar el éxito es sencillo y cuestión de pocos meses. No te engañes, un emprendimiento requiere de mucho tiempo y esfuerzo.
Y es que emprender tiene sus idas y vueltas; sus picos y sus valles; sus subidas y sus bajadas; sus momentos alegres plenos de satisfacción y orgullo, pero también aquellos de soledad y gran desesperanza.
En sus primeros años de vida, un emprendimiento es frágil y vulnerable, donde cualquier error puede tornarse en fatalidad. Ello es independiente de los ciclos económicos o de años de “vacas gordas” y “vacas flacas” que puedan vivirse. En la vida del emprendimiento, los ciclos son muchos más cortos; de una año, de un mes, y muchas veces, del día a día.
Lejos de ser un superhéroe, aún un Emprendedor vive con miedo. Miedo a no llegar a fin de mes para pagarle a sus empleados que sí dependen de un sueldo; o que el producto no tenga la tracción necesaria para lograr una masa crítica de consumidores; o que se baje un integrante clave del equipo con capacidades indispensables para la buena ejecución; o que perdamos a un cliente importante que represente un gran porcentaje de nuestra facturación; o que un grande de la industria salga a competir con un producto similar al suyo, de manera global. A ello se le suma tener que enfrentar a empleados contrariados, clientes enojados, e inversores (si los hay) preocupados. Existen momentos en que todo parece desmoronarse.
Por otro lado, el emprendedor experimenta la euforia cuando desarrolla la primera versión de su producto (la idea ya tiene forma); cuando se lanza al mercado y obtiene su primer cliente (¡yupi, primer cheque!); cuando obtiene financiamiento o levanta una primera ronda de inversiones; cuando contrata al primer empleado o alquila sus primeras oficinas (¡no más garaje!); cuando lanza la mejorada versión 2.0 y subsiguientes; cuando le compran el producto del exterior y comienza a internacionalizarse; cuando eventualmente le compran la empresa.
Sin duda, un emprendedor tiene cierta sed de adrenalina que se genera en esa montaña rusa. En ese tren, debes esperar lo mejor (y actuar para que así sea), pero estar preparado para lo peor. Y cada etapa del emprendimiento, presenta nuevos desafíos; el desarrollo, el lanzamiento, el financiamiento hasta lograr el punto de equilibrio, la gestión del personal, la atención de clientes, la negociación con proveedores y distribuidores. No hay descanso.
Aún a los mejores malabaristas chinos, se les ha roto algún plato en la cabeza. No me malinterpretes, soy un gran promotor y defensor de la opción emprendedora, pero no sería del todo honesto si solo contara lo bueno y ocultara los desafíos y riesgos a los que te expondrás. Si buscas tranquilidad, esto no es lo tuyo. De lo contrario, abróchate el cinturón y disfruta la montaña rusa, que la próxima vuelta está por comenzar.