He sabido de personas que sienten en sus huesos cuándo lloverá, tiempo antes de que suceda, aún cuando no haya nubes en el horizonte. En el mundo de los negocios, tener esa capacidad de previsión o adelantarse a los hechos, puede ser de gran ayuda, aún más en mercados o contextos muy cambiantes donde la planificación formal suele perder efectividad.
Es así que muchos emprendedores se guían por su olfato, su intuición, su sexto sentido, más que por una lógica basada en datos objetivos reunidos a través de estudios de mercado o de una exhaustiva planificación, lo cual también les llevaría demasiado tiempo.
Olfato implica tomar decisiones basados en un criterio propio o percepción personal, que surge desde lo más íntimo. Los americanos le llaman “gut feeling”, o lo que sienten nuestras tripas (vísceras, entrañas o desde el estómago). Nosotros, en cambio, solemos elevarlo a otro órgano también vinculado con los sentimientos, y le llamamos “corazonada”. Aquello que sentimos es lo correcto, pero al no saberlo explicar o racionalizar, no siempre nos arriesgamos en seguirla.
Afortunadamente, la intuición u olfato emprendedor es una habilidad que puede desarrollarse; si bien se sabe que, como toda habilidad, hay de aquellos que nacen con una percepción natural o particular sensibilidad sobre lo que sucede en su entorno.
Un emprendedor difícilmente cuente con información completa y asumirá una buena cuota de riesgo por mejor plan de negocios que haya redactado. En un contexto de incertidumbre, tomar decisiones de manera acertada y rápida, puede hacer la diferencia entre el éxito o fracaso de un emprendimiento. Es ahí donde la intuición suele convertirse en una habilidad necesaria que influirá en las buenas o malas decisiones que el emprendedor deba tomar en todo momento.
Decisiones como la elección o descarte de una idea de negocios; si conviene o no asociarse con determinada persona para que lo acompañe en el camino; si comprar a determinado proveedor, o confiar en determinado distribuidor; si fijar un precio por encima del de mercado, y cuantas decisiones se presenten en el día a día del emprendimiento.
El olfato o la intuición, están vinculados a la visión, característica distintiva de los emprendedores. Los emprendedores ven las oportunidades antes que los demás, e incluso cuando muchos las definen como problemas. Es saber reconocer las oportunidades cuando éstas se presentan y estar preparados para tomarlas, sintiéndose confiados de asumir el riesgo. Lamentablemente, guiarse por el olfato no exonerará al emprendedor de cometer errores, fracasos o tomar malas decisiones. Sin embargo, de su aprendizaje extraerá buenos insumos para desarrollar un mejor olfato a futuro.
Pero si entonces, la intuición u olfato es una habilidad deseable y hasta necesaria, además de que se puede desarrollar, ¿cómo hacerlo?, ¿cómo mejorar nuestra intuición?
Para ello se deberán desarrollar, en realidad, un conjunto de habilidades que dan sustento a la intuición. Quienes la poseen, son personas muy observadoras de su entorno y de la gente; están atentas a los detalles y suelen conectar rápidamente información de diferentes fuentes. Los intuitivos natos, son generalmente curiosos; suelen preguntar más, escuchar más y mejor, y observar atentamente con todos sus sentidos.
El olfato se desarrolla también con la experiencia y el aprendizaje de los errores propios y ajenos. La experiencia en los negocios y una buena formación (no siempre académica, sino muchas veces autodidacta) ayudan a desarrollar un buen olfato que se va refinando con el paso del tiempo y con la práctica.
El emprendedor intuitivo procesa información más rápido y toma decisiones más rápidamente, asumiendo muchas veces, un mayor riesgo. Es alguien que evalúa las oportunidades, sus costos y beneficios. Se animan a pensar “fuera de la caja” (out of the box) y no se guían por el pensamiento o la lógica convencional.
Basarse en la intuición es tomar decisiones o elegir ciertos caminos que muchas veces, no se saben justificar (guiados por lo que sentimos es correcto) por lo que puede causar una sensación de vértigo en quienes nos rodean o acompañan en el emprendimiento.
Confiar en su olfato, es ir frecuentemente contra la corriente, por lo que necesitará de hacerse de una piel más gruesa que sirva de coraza protectora ante la lógica y la crítica de los demás. Por lo tanto, suelen ser resilientes y se recuperan con mayor facilidad de las adversidades y opiniones contrarias.
Los emprendedores de “buen olfato”, suelen construir sus redes, y rodearse de buenos consejeros, asesores o mentores que ayudan a agudizar su visión de negocios y a tener foco.
Popularmente, se asocia tener olfato a tener buen juicio, o buen tino (puntería). Sin embargo algunos estudios afirman que el emprendedor intuitivo (aquellos que confían en su propio criterio), no aciertan más (ni menos) que los emprendedores más reflexivos (o cautelosos) que se basan más bien en datos de mercado y en una planificación metódica. Por lo tanto, no lo veamos como dos opciones antagónicas; o planificar, o guiarse por el instinto. La planificación es necesaria y el emprendedor intuitivo también la realiza en cierto grado, pero sin duda busquemos desarrollar nuestro olfato para aquellos casos en que no tengamos de qué valernos, a lo hora de tener que tomar una rápida decisión.